Rascando en la Superficie: Frankenstein, I love you

Por Vitote:

"¡Despiadado creador! Me has dado sentimientos y pasiones, pero me has abandonado al desprecio y al asco de la humanidad."
Frankenstein, Mary Selley

Mary Shelley, sí, fue Mary Selley quien creó a uno de los personajes más prostituído de la historia del terror, amén de zombies y por supuesto vampiros. Hay quien veía en el ser creado por el Dr Frankenstein( ¿Dónde regalaban los títulos en el siglo XIX?) una abominación, un engendro a eliminar, otros sin embargo, captaron la idea al vuelo: Eugenesia. Según wikipedia( fuente tan fiable como el kiosquero de mi barrio)La eugenesia es una filosofía social que defiende la mejora de los rasgos hereditarios humanos mediante varias formas de intervención. Churchill y Shaw( ¿sois más listos que Winston y George Bernard?) estaban de acuerdo con tal concepto, a nuestros católico-judeo-islámicos ojos la eugenesia es inmoral, pero para nuestro odiado y venerado Andrew Ryan habría permitido a cualquier doctorzuelo con título decimonónico, la selección de los individuos uno por uno para decidir quién podría darse a la cópula con fines reproductivos y quién no. Cuestión de enfoques. El ser humano es algo inviolable y nuestra idea de libre albedrío saca la cabeza por encima de todo, tanto, que extendemos ese desprecio al cortapega de la excelencia a lo más puro de la humanidad, el arte, y por ende, al mundo del videojuego.

Estamos hartos de collages de jugabilidad, de trucos gráficos y de técnicas narrativas. Los videojugadores ansiamos que nos sorprendan con nuevas triquiñuelas, no aceptamos que se nos haga jugar la misma pantalla con distintos skins, de ahí, la actual crisis del shooter, o la crisis del plataformas de finales de los 90. El videojugador hardcore, desdeña todo aquello que ha jugado ya, disecciona las extremidades y las entrañas de cada título tratando de hallar el punto flaco, aquello que no ha disfrutado, aquello que no le ha sorprendido. Así, yonkis de la novedad, adictos a la sorpresa, apuntamos nuestro sniper rifle a la cabeza de cualquier cosa que suene a manido. Víctimas de las miras de la ira quedan al descubierto títulos creados a base de lo mejor que ha dado la industria, obviando el resto de forma flagrante.

Muy bonico pero...
Yo suelo compartir tal punto de vista, blasfemo por las montañas de shooters sin alma( sí Crysis 2, ésto también va por tí), me irritan los imitadores de Command & Conquer y me aburren soberanamente las hoy manidas tendencias sandbox de todo lo que se publica en la actualidad. Pero tengo mis debilidades y digo que le den una y otra vez a la moralidad y a la búsqueda de la originalidad cuando me enfrento a Castlevania: Lords of Shadows, o me lanzo a los pasillos de la Ishimura a hacerme esa tan repetida pregunta: “¿Qué carallo hago yo aquí sufriendo si podría estar de cañas con los colegas?. Por eso, yo entono el “Frankenstein, I love you”.

Doom 3 no inventó nada, pero nos hizo valorar la posibilidad de adquirir pañales para adultos mientras nos paseábamos por aquel infernal futuro sucio tan del Alien de Ridley Scott. En Resident Evil 4, Shinji Mikami vomitó sobre su propia herencia, presentándonos un título con un buen acabado, pero que sabía a poco para lo que la vieja Capcom nos tenía acostumbrados( “serebro, serebro, serebro”). Visceral Games se sentaron una tarde delante de un café o delante de lo que sea que esos locos del diseño engullen cuando crean sus montañas de la sodomía o necromorfos y decidieron usurpar lo más sublime de esos títulos y crear un engendro fantástico que nos regala la mejor ambientación de esta generación. Lo aliñamos con unas pintitas de Half-Life, le añadimos tiempo bala Maxpayniano y tenemos entre las manos horas y horas de congoja, sufrimiento y desmembramientos. A estas alturas, no creo que ningún videojugador amante del survival horror, le mire el diente a la cortadora de plasma.

Falta de confianza, fans de los protagonistas emo, adictos a los vericuetos del estilo japonés, todo ello, aliñado con la desconfianza patria a lo propio, pusieron a Mercurysteam en el ojo del huracán. Los madrileños tenían la responsabilidad de darnos una pieza única, un trabajo digno del mejor artesano. El nombre Castlevania se posó sobre sus hombros, más como una losa que como las angelicales alas de Gabriel Belmont. ¿Qué hacer ante tal expectación?¿Cómo satisfacer al público sin repetir patrones anteriores?. Cortando y pegando excelencia, Andy Ryan se sentiría orgulloso. Nadie puede negar que la jugabilidad de God of War, que la brutalidad y la pericia del dios griego Kratos, son sinónimo de diversión y éxito. Nadie puede señalar con el dedo a Shadow of the Colossus y decir que derribar criaturas gigantescas utilizando el ingenio es el hermano gemelo del tedio. Que me aspen si a nadie se le eriza el vello cuando el bueno de Hideo nos pone ante los ojos horas de sorpresas en forma de CGI. Con todas esas piezas, Castlevania:LOS se convertía en una aberración, en pura quincalla, a ojos de los puristas. A pesar de ello, las manos de los artesanos madrileños, moldearon la plata de ley para crear una obra con un valor que supera el del lingote del oro más puro. Y lo consiguen perfeccionando lo ya conocido y aliñándolo con una historia tan emotiva como desgarradora, con un final que hace que el viejo Hideo se balancee sobre su patito con más envidia que orgullo hacia sus alumnos más destacados.

Una maravilla.
Los refritos y popurrís son desagradables, en una verbena de verano, en una resacosa mañana de domingo, o en vuestro shooter favorito. Entonces me dirán “Vitote¿qué marca la diferencia entre Battlefield 2 y Dead Space?”, las manos del artesano. Un buen artesano no sólo sabe manejar con destreza el material que le da de comer, sino que además, respeta y ama esa versátil arcilla, ese recio hierro, esa viva madera. A la hora de narrar una historia, da igual la corriente literaria elegida, lo importante es la fuerza de la misma, y sin duda Visceral Games y Mercurysteam se alzan como dignos herederos del mejor Dr Víctor Frankenstein, superando al maestro, regalándonos un traje de Armani a medida hecho a base de retales. Tras vivir ambas experiencias, olvidé si el apuntado era Mikamiesco, o si Ueda había perdido los borradores de algunos de sus colosos en un bar de Antón Martín. Me quedé con una ambientación apabullantemente claustrofóbica y con un Dante espiritual obligado a descender al peor infierno posible, el propio.

Así que permítanme utilizar análisis y notas como diana en mi WC, y déjenme gritar a los cuatro vientos: “Frankenstein, I love you”.


Nota: Este artículo ha sido escrito por el redactor Vitote que por su imposibilidad para publicar hoy ha delegado a la redacción hacerlo.

1 comentarios:

Víctor Fernández (Gen.Harris) dijo...

Uno de los mejores artículos que he leído este año. Enhorabuena.

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