Nuevas tecnologías: La pérdida de la quintaesencia jugable

¡Caroline, ven hacia la luz!

Si hay algo inevitable, eso es el paso de los años, que por un lado aporta un ápice de frustración al ver cómo las diferentes etapas vitales ligadas a la juventud cada vez quedan más atrás, pero, al mismo tiempo, consolida la adquisición de experiencia y conocimientos, pudiendo así emitir juicios de valor y hacer gala de aquello de lo que muchos presumen pero muy pocos poseen, el criterio. Recientemente he traspasado la edad bíblica por excelencia, treinta y tres años, y muchos interrogantes me asaltan acerca de mi trayectoria como jugador de videojuegos y, en gran medida, me aterra las connotaciones que en los últimos tiempos está adquiriendo la forma de enfocar la industria del tan querido, y a la vez denostado, videojuego.

Muchas veces me he definido abiertamente como una persona que ha disfrutado de este mundo a través de las videoconsolas, para algunos el germen y cáncer actual de la supuesta "casualización" del sector. Mi trayectoria videojueguil está ligada a nombres como Atari 2600, NES, Sega Megadrive y Playstation, que me han proporcionado horas y horas de entretetenimiento y diversión, a la par que han estimulado mi intelecto y mis reflejos (sí, señores, los videojuegos tienen efectos positivos en el sistema neuronal, aunque no lo crean). No faltaron ordenadores que, en menor medida, captaban mi atención, así como me asombraba la facilidad de los sistemas de copia de su software (cintas, diskettes, bendita época), sin que el término "pirata" aún se hubiese establecido como algo peyorativo ni reprochable en la esfera de los videojuegos (reconozcámoslo, allí copiaba hasta el más pintado). En todo caso, siempre me recuerdo aferrado a un mando que, con mayor o menor complejidad, lograba transmitirme una placentera sensación de interactividad. Al fin y al cabo, yo era el protagonista de aquellas aventuras, yo era el fornido héroe que rescataba a la chica, quien pilotaba una nave contra una legión de enemigos, quien capitaneaba un equipo de fútbol en búsqueda de la mayor de las glorias. Tan sólo tenía que demostrar mi habilidad a manos de un joystick, pad, controller, joypad o comoquiera se llame, para alcanzar una satisfacción personal (y que hoy en día ha pasado a denominarse "logro") al conseguir finalizar aquellos juegos que ponían al límite mi paciencia. Humano y máquina eramos uno, la contienda se solucionaría a través de aquel dispositivo de plástico con botones que aguantaban impasibles el constante aporreo de las yemas de mis dedos.

Aunque no lo creáis, hay muchas horas de juego hardcore tras este chisme

Joysticks ha habido de todo tipo, de un solo botón, de dos, de tres, de seis, con cruceta, de rueda, con botones de fuego automático, en forma de volante, etc, pero todos ellos respondían a una función y trasladaban un reto al jugador, el de saber mimarlo y ser el vehículo que transporta al jugón a un mundo paralelo, aquel en el que el ser humano abandona lo terrenal y se transforma en un ser virtual, alejado de sus problemas mundanos. Y es que siempre se ha concebido las videoconsolas de sobremesa como un sistema de entretenimiento donde alguien está al mando, alguien maneja los hilos, y ese es el jugador. Nada ha podido substituir la concepción tradicional y ya generacional del mítico joypad, y eso que intentos ha habido muchos, recordemos ejemplos como el Power Glove de Nintendo, Sega Action Chair, Activator y el misterioso Wii Vitality Sensor. Todos ellos, con más corazón que cabeza, trataban de hacer la experiencia de juego más introspectiva, pero lo único que lograron es evidenciar sus muchos defectos y su incapacidad de adaptarse a las mínimas exigencias jugables, resultando finalmente un producto condenado al uso fugaz y su posterior ostracismo.

Muchos sufrimos aquí en silencio las hemorroides producidas por After Burner

Y es que ha quedado patente y gracias a las ya extintas máquinas recreativas, que los arcade sticks son los mandos más fiables y precisos y que, en consecuencia, no existe a día de hoy tecnología alternativa que pueda captar con fiabilidad 100% los impulsos que propinamos a nuestros sufridos joypads. Así que, por favor, señores desarrolladores de hardware, dejen de desperdiciar su apreciado tiempo en inventos inservibles y ríndanse a la evidencia, a veces lo tradicional es lo inalterable, y no siempre el substituir los clásicos conceptos significa estar a la vanguardia.

El terror hace acto de presencia cuando, tras haber asisitido a varias generaciones de consolas que siempre han apostado por el joystick, con mayor o menor grado de sofistificación y/o complejidad en su diseño, de un tiempo a esta parte las nubes borrascosas de la detección de movimiento hacen acto de presencia dispuestas a revolucionar el sector de los videojuegos. Las grandes compañías, no acierto a saber si con el fin de hacer frente a las duras críticas procedentes de los medios de comunicación que (des)informan acerca de la causalidad entre los videojuegos y la obesidad, apostaron por un nuevo sistema jugable. Nintendo dió el pistoletazo de salida con su Nintendo Wii, que invitaba al jugador a levantarse de su cómodo sillón e introducía la detección de movimientos a través de un mando inalámbrico, aunque de forma limitada (obviamente se trataba de gestos predefinidos, por lo que la libertad de movimiento no era total), y con una precisión más que discutible, inaugurando unas mecánicas jugables curiosas, llamativas para el gran público pero que, a la postre, han devenido un tanto desaprovechadas y repetitivas, aunque es innegable que ha supuesto el inicio de una concepción en principio poco fiable y que finalmente ha sido plagiada hasta el hastío.

Y Nintendo abrió la veda, llega la detección de movimientos

He aquí donde llega la curiosidad, y es que tras la absoluta desconfianza vertida hacia Nintendo, e incluso aún resonando las carcajadas de Sony y Microsoft que vaticinaban un estrepitoso fracaso de Wii, ambos han optado, descaradamente, por trasladar dichos sistemas jugables a sus consolas de sobremesa. Y así Sony ha creado Playsation Move, básicamente un plagio descarado del Wiimote pero con mayor precisión en la detección del movimiento y la inclusión de una bolita cambiante de color cual camaleón, mientras que Microsoft se ha inspirado en los viejos cánones de la realidad virtual para lanzar Kinect, prescindiendo del mando y utilizando el movimiento corporal como substitutivo del mando tradicional (¿alguien recuerda en este punto el infame Activator de Sega o el Eye Toy de Sony?). Desgraciadamente todo esto ha quedado en agua de borrajas, y las ideas trascendentales y revolucionarias que preveían las grandes cabezas pensantes de las distintas compañías han quedado traducidas en limitaciones flagrantes y, lo que es peor, plasmadas en productos de escasa implicación jugable y de escaso interés para el gamer experimentado. Move viene a ser un paso más en la tecnología auspiciada por Nintendo cinco años atrás y Kinect ha iniciado un descenso a los infiernos que flirtea entre la evidente "casualización" de sus títulos y la demostración de lo inacabado y lejano de la detección real de movimientos, resultando un producto con serias taras tecnológicas y que insulta a la cara al hardcore gamer, por mucho que tras de sí haya títulos bélicos, futuristas o de conducción. 

 Ten cuidado lo que haces, Kinect te vigila

Desconozco las razones que han llevado a Sony, Nintendo y Microsoft a coincidir en esta nueva y arriesgada andadura, que converge en el abandono de las mecánicas jugables clásicas y en apostar al todo o nada por la detección de movimientos. Lo que sí ha quedado en entredicho es la viabilidad de estos novedosos caminos que tanta incertidumbre han generado y que son llamados a ser la quintaesencia de la jugabilidad y todo apunta a que se quedarán en el camino como una triste anécdota digna de revisitar en las páginas (digitales) de una revista especializada. Con ello queda patente, o al menos así lo piensa quien suscribe, que la suplantación del personaje virtual por el humano aún está muy lejos y por perfeccionar, y ni la tecnología actual ni la venidera está a la altura para emprender tal hazaña, algo que hemos visto en distintas películas y sueños, pero, como diría aquel, los sueños, cine son. ¡El joypad ha muerto, larga vida al joypad!

Si este es el futuro, necesito un Delorean para volver a los 80.

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