Padres y videojuegos: el arte de la autocensura



Supongo que quien más y quien menos, todos tenemos a nuestro alrededor de esos pequeños seres que entre berrinche y berrinche nos dan la tabarra para que juguemos con ellos a esto de los videojuegos. La mayoría contamos con un sobrinito, un primo o hermano pequeño, una minicuñada o incluso un churumbel que con apenas unos palmos de altura se mueren por emular nuestros pasos y compartir unas partidas con nosotros. Claro que lo más difícil es contentar al canijo de turno sin aburrirte con un juego infantil y sin desmotivarle con algo demasiado difícil para su edad. 

No sé si lo habéis probado, pero para mi hay pocas cosas más bonitas en este mundillo que comprobar la cara de satisfacción y disfrutar de los aplausos emocionados de una de estas personitas cuando terminan una fase o ganan una carrera. Es genial volver a sentir a través de ellos ese cosquilleo que nos recorría el cuerpo siendo infantes ante la oportunidad de pasar unas horas del domingo por la mañana soplando cartuchos de la NES y discutiendo con nuestra hermana a quien le tocaba la siguiente vida.

Pues hoy en día, para mayor regocijo de nuestros menores, contamos con el glorioso modo cooperativo en gran cantidad de juegos, con lo que pasar un rato con ellos pad en mano no supone una interminable sucesión de fingidas derrotas y forzadas caras de desilusión. Gracias a Dios ahora podemos colaborar en la solución de puzzles, planificar estrategias y demostrar a los peques que esto de las consolas lejos de resultar un continuo mata-mata plagado de masdieciochos puede aportar algo útil a su formación, sus reflejos, sus capacidades de abstracción y análisis ante un problema y, sobre todo, sus ganas de trabajar en equipo.


El caso es que cuando alguien me pregunta qué juego puede regalarle a mi hijo por su cumpleaños, yo no me desmarco pidiendo un Resident Evil, un  Halo, o un Ninja Gaiden. Bueno, he de reconocer que a veces lo intento, pero es cierto que tampoco propongo el Happy Feet de turno, que aún sabiendo que están dirigidos a las edades más cortas, resultan juegos que no favorecen la interacción con otras personas de diferente edad. En los últimos tiempos he pasado Wall-E, Kung Fu Panda y Toy Story suficientes para saber que no me gustan. Y no porque los considere malos juegos, que ni mucho menos, si no porque para bien o para mal, me alejo un pelín del público al que van dirigidos.


Y no es mi intención apartar a mi heredero de los juegos destinados a su franja de edad, que de esos va sobrado, pero dado que pocas veces va a poder compartir los ratos de ocio electrónico con algún amiguete, y siendo norma estricta en casa que para sentarse frente a la consola o el pc ha de estar presente un mayor, buscamos siempre títulos que nos gusten a todos. Porque los videojuegos no se utilizan para que esté entretenido el mocoso, si no para divertirse con él.


Gracias a esto he descubierto una cantidad increíble de títulos que nunca antes me habían llamado la atención, y todavía más interesante es el hecho de que disfruto muchísimo más cuando los juego con él que en solitario. Hasta el punto que a ninguno de los dos se nos ocurriría continuar una partida sin el otro. Esa complicidad y ganas de compartir la experiencia es buena tanto para mi como para el peque. Y en serio os digo que me atrae más la idea de verle descubrir el mundo de El Señor de los Anillos de la mano de un LEGO (por favor, por favor) que ponerme yo solo con algo jarkoreta.


En este sentido llevamos ya muchos meses disfrutando juntos de los mencionados Lego y su fantástico enfoque humorístico de las licencias que tocan;  de Little Big Planet y sus retos, o de Skylanders y sus retorcidos mapas que explorar. Juegos sanos, con una dificultad suficiente para que disfrutes superando cada pantalla y que llevan el modo cooperativo a cotas de diversión a priori inesperadas. Juegos en definitiva para todos los públicos. Pensados sin etiquetas de edad y que nos dan un respiro de las franquicias más infantiles al tiempo que ofrecen a cada estereotipo de jugón justo lo que busca al comprarlos.

Y con todo este rollo que estoy soltando aquí no pretendo en absoluto erigirme en ejemplo de nada, si no ilustrar a través de mi experiencia como padre y jugador lo absurda que resulta la censura que siempre amenaza a los videojuegos. Tenemos un magnífico sistema de clasificación por edades. Si lo aplicamos bien y lo respetamos, si somos responsables y coherentes a la hora de poner a un niño a jugar, sobran cualquier tipo de injerencias externas limitando los contenidos. Y del mismo modo que en el cine, en nuestro mundillo debemos tomar en serio este tipo de restricciones. Porque yo no dejaría a un niño manejando a Kratos, como tampoco le pondría una película clasificada para tenerlo entretenido. Cada vez que menospreciamos la edad recomendada de una carátula damos alas a esos dedos acusadores que señalan a los videojuegos cuando ocurre una desgracia.


Los videojuegos no son peligrosos por la violencia que muestran, si no por el mal uso que hacemos de ellos cuando los consideramos un juguete y abandonamos a personas no aptas para según qué cosas ante una pantalla con la que, para más inri, han de interactuar. Y eso es algo que poco a poco tenemos que ir metiéndonos en la cabeza. No creo en aquellos que pretenden achacar a nuestro divertimento malignas artes lobotomizadoras, pero para desmentir sus retorcidos argumentos pienso que debemos elegir bien los contenidos a los que acceden los más pequeños de la casa. Esa es nuestra responsabilidad y a la vez el mejor modo de cerrarles la boca.


El seguro está en nosotros como adultos ejemplares que debemos ser. Y luego ya si eso, una vez acostados los canijos, nos pasamos la noche viendo porno, bebiendo cervezas y clavando nuestros ficticios pulgares en los ojos de algún Helghast. Porque sabemos lo que hacemos (o se supone), y estas cosas nos divierten sin alterar en modo alguno nuestra idea de lo que está bien y lo que está mal. Se pueden ir todas estas asociaciones de Flanders y comités de moralidades obtusas a donde yo les diga. Que los contenidos a los que accede mi hijo los selecciono yo, no necesito una banda de hipócritas de la liga de la falsa moralina que con sus estúpidas tijeras se lleven por delante cosas que me gustan en aras de preservar la inocencia de mi hijo.
Y del mismo modo que elijo juegos para él, juegos para compartir con él, y juegos para que él comparta con sus amigos después del cole, quiero poder elegir juegos para mi, con sangre y con tetas. Porque yo, como adulto, también juego.

4 comentarios:

Rolandir dijo...

Muy bueno el artículo. Me voy a quedar con esto, aunque hay más cositas que podría reseñar:

"Cada vez que menospreciamos la edad recomendada de una carátula damos alas a esos dedos acusadores que señalan a los videojuegos cuando ocurre una desgracia."

No se puede olvidar que aquí, en nuestro mundillo, colamos todos, mayores y menores, y que en nuestras manos está hacer un uso responsable de los contenidos..
Y conste que lo dice alguien que disfrutaba jugando a Mortal Kombat con 11 añitos... viendo al límite xxDD

Ferran Garrido (colt92) dijo...

Amén.
Me encanta como muchas veces hay "entendidos" (los típicos enteraillos de magazine/periodico/revista que les pagan por decir lo primero que les salga de la cabeza) que usan ese dedo acusador para acabar metiendo la pata hasta el fondo. Pero como son "entendidos" y ellos "saben de todo", los que no tienen ni puñetera idea se lo creen. ¿Que dicen que en la caja de los videojuegos no hay calificaciones? (Esto alguno lo ha soltado) Pues fácil, la gente se lo cree y en las portadas no las ve. Las calificaciones se vuelven invisibles, son solo una mancha sin significado. Y si no qué demonios, total qué más darán las calificaciones si eso de los juegos es para crios.
Cada vez me parece más que la gente está perdiendo la capacidad de autolimitarse o de imponer control con sus propias ideas y concepciones, necesitando que otro le diga "ésto es bueno", "ésto es malo", "ésto nosequé", "ésto nosecuántos"...

adrironda dijo...

pues anda que no veo yo niños de 10 años jugando a las consolas de prueba,que suelen tener COD,o halos,y el padre a 2 metros hablando con otro y pasando del tema,seguro que luego dice que los juegos son violentos,pero lo gilipollas que es el nadie lo dice

Anónimo dijo...

Pues yo creo que ver violencia, en videojuegos u otros medios, no predispone a ella. Nuestros abuelos no tenían psx, ni UFC, ni Saw, y sus juegos eran lo más salvaje del mundo. Los que tengan suerte de tenerlos vivos que les pregunten a qué juegos brutos jugaban (que os expliquen la "taba" y fliparéis) y lo bien que se lo pasaban.

En mi caso crecí con el Goku y Pegaso, Sub-Zero y Blanka, Hulk Hogan y el Enterrador, Asterix y Mortadelo. Eran bastante violentos y ni yo ni ninguno de mis amigos eramos nada violentos. El que es violento lo es sin que haga falta un estímulo, y la tarea de los padres es detectar la predisposición e intentar reconducir su conducta positivamente, para que aprenda que la violencia (casi) nunca es la solución o si no el día menos pensado explota y la lía buena.

Hay gente que piensa que los videojuegos son particularmente peligrosos por el realismo que tienen hoy en día. Para la percepción de un peque eso da igual porque ellos lo perciben todo muy real. ¿Quién se acuerda de la peli Furia de Titanes (la vieja)? Era la puta rehostia, más real que la vida misma. La veis ahora y es más falsa que Judas. O la lucha libre estilo WWF, los chavales se creen que se cascan de verdad (excepto alguno avispao que se fija).

No tengo hijos, pero creo que cuando los tenga
le dejaré ver y jugar a lo que quiera, previa charleta sobre el carácter ficticio del contenido y de su inadecuada recreación en la realidad, y que él discrimine. Para el porno que se busque la vida como hicimos todos. Educación sexual sí, material masturbatorio no.

Ah, se me olvidaba felicitar al redactor, buen artículo. Queremos más.

Publicar un comentario